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Me he despertado sobresaltado otra vez por la pesadilla recurrente en la que, mientras mi padre ríe estrepitosamente, me veo obligado a frotarme con polvorones el pecho desnudo frente a un grupo de antropólogos filandeses para demostrarles que soy humano. Cuando superas los 40 años, resulta casi imposible conciliar el sueño sin ingerir algún tipo de droga o acariciarle el pelo a un inspector de Hacienda mientras duerme. He salido a la terraza a echarme un pitillo: miro hacia el cielo estrellado de la noche pensando que, allá en el espacio, quizá vagará la nave de mi anterior novia, Olga Ornitorrinco. Nuestra relación se había consolidado después de 5 años, por lo que el mes pasado me decidí a pedirle una cita romántica (hasta la fecha nuestra relación había consistido en mirarla yo desde mi ventana lloriqueando cada vez que ella salía a trabajar del edificio de enfrente). Olga pareció ilusionarse mucho con mi propuesta, por lo que al día siguiente se esfumó del barrio y, al parecer, se alistó en un proyecto espacial. De algún modo, creo que me ama. ¿Acaso no es el amor otra cosa más que un órdago cobarde a la realidad?
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“Inútil de mierda, he perdido casi 200 seguidores en Facebook y 400 en Twitter esta semana. Diseña una campaña bien guapa para recuperar seguidores o te crucifico por los huevos. Dios te guarde en su gloria. Amén… Inútil de mierda”. Ese era el mensaje de voz que Jesucristo me acaba de mandar al Whatsapp. Me ha tocado escucharlo varias veces porque, a causa de su marcado acento gallego, apenas se le entiende. Luego le he intentado localizar varias veces, pero tiene las llamadas desviadas al Papa y, honestamente, ¿a quién le apetece que un argentino te dé conversación de madrugada? …
Inquietante historieta que acabará en excomunión, y que continúa en el libro «Relatos Incómodos», disponible en Amazon: