Se afeita la perilla y resulta ser una escobilla del váter

Ha ocurrido en Villafranca de los Barros, donde un señor decidió quitarse la barba que llevaba desde hacía 25 años, y ahora está como distinto, no parece él.

Fotografía reciente del sujeto, que presenta algunos rasgos no humanos.

Doña Arundina Gómez llora lastimosa en un rincón de su salita, sólo consoloda por sus 24 hijos y un ingeniero agrónomo que no tenía nada mejor que hacer esa tarde. Esta sencilla mujer cejijunta afectada por una indescriptible alitosis, jorobada y con un rugoso lunar en la zona púbica, ha visto desmoronarse su vida delante de sus ojos de un día para otro. «Nosotros somos gente normal, nos dedicamos al ganado, al campo, que es muy duro, y a la fusión fría de isótopos de selenio mediante un humilde reactor que tenemos en el sótano», nos narra mientras realiza un trasplante de riñón al ministro de Hacienda, «Pero mi marido se empeñó en afeitarse la perilla para nuestras bodas de plata… Ay, dios mío, qué desgracia, qué desgracia», murmura entre sollozos dando una voltereta que es merecedora de un 9’8 por varios jueces y la ovación del público.

Imagen del psiquiatra albaceteño que está llevando el caso.

La fatídica tarde de ayer, Don Milciades García, tras finalizar su rutinaria jornada como testeador de antibióticos experimentales, volvió a casa con la inamovible convicción de afeitarse la perilla, haciendo oídos sordos a sus compañeros de trabajo e incluso a su ginecólogo. «Tampoco creo que sea para tanto», fueron las últimas palabras que pronunció antes de comenzar a rasurarse, según nos narra el único testigo presencial de aquel suceso: su mejor amigo, una zapatilla vieja. «Bien es verdad que nuestras relaciones sexuales han mejorado considerablemente», nos explica Doña Arundina, «ahora tengo orgasmos más intensos sin necesidad de amputarme falanges, y también ha mejorado nuestro grado de comunicación… Bueno, también nuestra higiene corporal, y nuestra salud física y la estabilidad económica familiar… Pero yo añoro a mi marido mucho porque lo pone en este papel que usted me ha escrito y por la paga que recibía de asuntos sociales». Me abraza desesperadamente buscando comprensión y calor humano, aunque aprovecha para robarme la cartera y medio kilo de cocaína pura que, casualmente, siempre suelo llevar encima. Toda esta situación me recuerda a aquella vez que me quedé encerrado en un ascensor con varios asesores financieros que me susurraron al oído varias secciones de la ley general tributaria eróticamente.

Imagen borrosa de un señor adormilado, no relacionada con el artículo pero fíjate.

Si bien un vecino insiste en que Don Milciades simplemente se marchó unos días al pueblo y que la escobilla del váter ya estaba ahí, sólo un desalmado no empatizaría con la tragedia que oscurece este hogar español, ya que nos recuerda que esto podría pasarnos a cualquiera, sin importar posición social, bandera o la marca de enjuague bucal que uses. Desde nuestra redacción hemos intentado contactar con el Vaticano para conocer su opinión teológica sobre este caso y sus repercusiones en el concepto católico de «matrimonio»; no obstante, el nuncio italiano ha preferido guardar silencio consciente de las implicaciones sociales del tema y por el hecho de que, literalmente, «ahora me pillas a tope con el vicio, gilipollas». Personalmente, no volveré a usar una escobilla del váter sin besarla antes y dedicarle una larga mirada de afecto. Qué menos.