Nuevo capítulo de las desgracias de Augusto Espinardo

Hoy ha sido un día anodino. Uno de esos martes prescindibles en los que mi mente no ha conseguido en sí misma salir de su ensimismamiento. De hecho, el pakistaní de la esquina me ha preguntado por la conjetura de Goldbach referida a los trabajos probabilísticos de Vinográdov, y apenas he podido responderle que las naranjas tenían mal aspecto. Ha gimoteado lárgamente, pero me las ha dejado a mitad de precio. Otra clienta ha intetado consolarle luego comentado algo respecto a la función zeta de Riemann comparándola con unos caquis. Me aburre tanta sórdida monotonía.

Imagen de perfil del actual subsecretario de Hacienda

Durante la jornada laboral, en un gesto de rebeldía, he optado por aparcar mis quehaceres profesionales consistentes en no ser confundido con un perchero, para dedicarme a reflexionar sobre la naturaleza de la conciencia humana y su utilidad como pelador de patatas. Había alcanzado un profundo grado de entendimiento filosófico frente a tal duda cognitiva, cuando un compañero, llevado seguramente por la envidia, me ha sacado de mis reflexiones para recordarme que iba otra vez desnudo.

Palacete de un acudalado poeta que vive en el barrio. Su ostentación resulta ofensiva.

De camino de vuelta a casa un grupo de adolescentes salían del instituto y, agitados por su inestabilidad hormonal, han proferido toda la clase de ofesivos silogismos claramente cartesianos contra el conductor de un autobús, quien no ha tenido más remedio que acercarse a ellos y ponerse a imitar a un corzo en celo. He preferido no intervir porque no soporto la violencia metafísica y además tenía cita para depilarme las nalgas.

Sin embargo, queridos lectores y mamá, afortundamente contamos con las disquisiciones antropológicas, éticas, peripatéticas, magnéticas y otras esdrújulas pedantes, en las letras que componen el relato de Augusto Espinardo, el viscoso Community Manager de Jesucristo. Pinchen en el siguiente enlace y pónganse al día: AQUÍ

Todo número par puede escribirse de forma mínima como suma de a lo más seis números primos

-Carmen Calatrava, la mujer que limpia la escalera del edificio, esta mañana al cruzarse con el cartero.